28 de enero de 2011

El gas, o la gestión del tiempo

El otro día leí un post de José Luis Bueno en el blog del Grupo Finsi que me encantó. ¡Hay alguien más que relaciona la ciencia con lo intangible de la vida!. Al final voy a tener que desempolvar los apuntes de la carrera para escribir este blog. Eso sí, los de Métodos Matemáticos de la Física II se quedan donde diablos estén, que bastantes años los tuve sobre la mesa.

El artículo asemeja la teoría de los gases, fluidos que tienden a expandirse hasta ocupar completamente el volumen del recipiente que lo contienen, con el tiempo que tenemos para realizar una tarea determinada. Es magnífico y real como la vida misma. El recipiente de tiempo que tenemos para realizar cualquier trabajo suele ir disminuyendo hasta que no nos queda más remedio que hacerla. Se cumple a raja tabla aquella ley que todos recordamos, al menos su nombre, la ley de Boyle-Mariotte. Dice esta ley que “para una cierta cantidad de gas a una temperatura constante, el volumen del gas es inversamente proporcional a la presión de dicho gas”. De igual forma, la presión y agobio que nos entra para acabar una tarea va en aumento según se nos acaba el tiempo de realizarla.

Pero podemos ir todavía más allá y mirar esta similitud desde un punto de vista más ambicioso, porque como dice José Luis, tenemos que tener en cuenta otras variables, como la importancia y la urgencia de la tarea, la experiencia que tenemos en el tema, los conocimientos o la motivación. Por otro lado, ninguno tenemos una sola tarea que hacer, sino que habitualmente solemos ser responsables de una cierta cantidad.

Según la ecuación general de los gases perfectos “los volúmenes ocupados por una misma masa gaseosa son directamente proporcionales a las temperaturas correspondientes e inversamente proporcionales a las presiones soportables”. Es decir, que si subimos la temperatura o bajamos la presión el volumen aumenta. Y, lógicamente, si bajamos la temperatura o subimos la presión el volumen disminuye.

Esta ecuación podemos llevarla al día a día en nuestro lugar de trabajo. Todos tenemos innumerables cometidos y la gestión del tiempo se ha convertido en un tema primordial en las empresas, y en un dolor de cabeza para más de uno. Siguiendo la ecuación se puede exponer que el tiempo dedicado a cada tarea (volumen) debe ser directamente proporcional a la calidad que requiramos (temperatura), e inversamente proporcional a la experiencia, conocimientos,… (presión). Está claro que a mayor calidad necesitaremos emplear más tiempo, y que para aquello que dominamos necesitamos menos. Reseñar que la importancia del trabajo sólo es una variable más que determina la calidad necesaria del resultado.

No perdamos el tiempo en mejorar aquello que está bien. El perfeccionismo, del que me estoy quitando, no es un buen compañero de viaje. Sí, hay que ser lo suficientemente responsable para finalizar nuestras obligaciones de la mejor manera posible, pero darle vueltas a lo mismo para mejorarlo en un 0,1% no suele valer lo que cuesta.

El tiempo es un recurso, y de cómo lo administremos dependerá no sólo nuestro éxito profesional, sino nuestro bienestar personal. El problema puede surgir cuando caemos en la trampa de “la actividad”, y entramos en el círculo vicioso de hacer más y más cosas y, por tanto, dedicando menos tiempo a cada una, lo que nos lleva a un descenso de calidad.

Gestionar bien el tiempo es imprescindible, porque si no se acaba bajando tanto la calidad (temperatura) de los trabajos que se corre el riesgo de llegar al punto de ebullición* y convertirlo todo en papel mojado.

*Punto de ebullición: temperatura a la que una sustancia pasa de líquido a gas y viceversa.

Un gran ejemplo

El pasado 25 de Diciembre falleció José Antonio Berzal, profesor de Dirección Financiera de IEN, escuela de negocios donde cursé el MBA. Quiero dejar en este post parte del editorial que he escrito para el boletín de la Asociación de Antiguos Alumnos. Con él os daréis cuenta de la clase de ser humano que era, un gran ejemplo a seguir.

Sirva como pequeño homenaje a un gran hombre.

“Existen otras circunstancias que nos hacen mirar en nuestro interior, evaluarnos y darnos cuenta de que algo nos falta. Y de que nos sobra mucho. El pasado 25 de Diciembre falleció nuestro querido profesor José Antonio Berzal. No soy dado a ensalzar a nadie por el simple hecho de su fallecimiento. Y no va a ser este un caso especial. José Antonio no necesita que ni yo ni nadie engrandezcan su vida, porque bien grande era él por sí mismo. La persona a la que yo conocí hace un par de años no sólo me enseñó Dirección Financiera, sino algo más importante y útil para mi vida: la grandeza humana. Era una de esas personas que emitían luz, tranquilidad, energía, felicidad, respeto, inteligencia, esperanza,…, y un amor al prójimo que hemos sentido cada uno de los que hemos tenido la suerte de cruzárnoslo en nuestro camino. Siempre me quedará en el recuerdo su sonrisa, medio burlona y vergonzosa, esos ojos que irradiaban paz y sosiego, y ese corazón que no le cabía en el pecho.

Estoy seguro de que su humildad le provocaría algunos colores en su rostro con todo lo bueno que se podría decir de él. Pero sería injusto callarse y no alabar a uno de esos grandes héroes anónimos de nuestro tiempo. Ahora tenemos uno menos entre nosotros, pero estoy seguro de que su semilla dará frutos en todos los que tuvimos la suerte de conocerle.

Nuestro querido profesor y amigo nos ha dejado, pero todos podemos seguir su ejemplo para que al final de nuestros días nadie se fije en nuestra liquidez material sino en una Cuenta de Pérdidas y Ganancias tan firme como la suya.”

Descanse en paz.

26 de enero de 2011

Puntos de vista

Me acaba de llegar este chiste:

"Asaltan una joyería de madrugada en Pola de Lena y la "poli" necesita un sospechoso.
Entonces encuentran a un borracho cerca del lugar y lo llevan a comisaría.
Allí lo bajan al sótano y un "poli" empieza a meterle la cabeza en un cubo de agua.
Cuando el borracho esta casi sin aire, el" poli" lo saca y le pregunta:
- Dónde están las joyas?
El borracho balbucea intentando coger aire y respirar, pero el "poli" repite la operación tres veces, hasta que a la cuarta lo saca.
El borracho, a punto de morir ahogado, empieza a jadear tomando aire y el "poli" repite:
- Dónde están las joyas?
Y el borracho le contesta:
- ¡¡ Cago'n mi madre, contratai a un buzu que yo no les veo !!"

Gracia tiene, sea cual sea el pueblo asturiano (un respeto a la Pola). Pero más allá de la situación del pobre borracho (seguro que alguna razón tendría para beber y sin hacer mal a nadie) a mí me viene a la cabeza una reflexión un poco más profunda. Sí, ya sé que aprovecho cualquier situación para sacarle punta, pero “cada uno es cada uno y tiene sus cacaunadas”, que dicen que dijo Miguel de Unamuno.

No voy a hablar del problema de la bebida, aunque después de este fin de semana podría dar una conferencia, sino de los diferentes puntos de vista que existen entre nosotros. Porque ¿os habéis parado a pensar de dónde vienen la mayoría de las discusiones? Pues efectivamente, de las diferencias que aparecen cuando dos personas interpretan la “misma realidad”. Y lo pongo entre comillas porque aunque el hecho sea igual para ellas, la forma de verlo siempre tendrá un aspecto subjetivo en cada uno de nosotros.

Y no quiero entrar en intereses personales, en el egoísmo o la estupidez de las que hablaba en mi anterior post, ni de ambiciones o codicia, ni de tantos aspectos que, por desgracia, dirigen nuestros actos. Sin entrar en “malas intenciones”, todos tenemos unos valores que rigen nuestra vida, una educación, unos conocimientos, unas vivencias, unas necesidades,…, en definitiva, un “poso” que es lo que nos hace diferentes al resto de humanos. Y, que por lo tanto, también nos hace ver las cosas de una manera única. Ni mejor ni peor, sino distinta.

Es importante que reflexionemos sobre este tema porque nos evitaría más de un dolor de cabeza. Aceptar que los demás puedan tener otras opiniones, entender que no vienen del capricho sino de una percepción diferente, y razonar juntos la mejor salida es un ejercicio que nos permitirá vivir más felices.

20 de enero de 2011

¿Egoismo o estupidez suprema?

En los tiempos que corren, y gracias a la crisis económica, ¿o era financiera?, se habla mucho de la falta de valores de la Sociedad. Parece que alguien ha abierto la tapa de la realidad humana y quien más quien menos ha advertido que sólo está habitada por el egoísmo, el orgullo, la rabia, y las ansias de poder.

Ayer conocí a un alto cargo de una importante consultora de formación empresarial, dedicada al liderazgo, gestión de equipos, motivación, y otras habilidades humanísticas. Estuvimos hablando del bien y del mal, y en medio de la conversación salió el tema del egoísmo que, a mi entender, se ha apoderado de todos nosotros. Entonces él, desde una perspectiva más profesional, me dijo: “yo creo que no es tanto el egoísmo como la imbecilidad. Yo quiero egoístas pero no imbéciles”. Y exponiendo su idea me explicaba que la gente no se da cuenta de que 1+1 suelen ser siempre más de 2.

Yo me fui dándole vueltas al tema de la imbecilidad. Y puede que tenga razón. Es posible que la imbecilidad haya superado al egoísmo, que lo haya desbancado liderando nuestras actitudes actuales. Pero no creo que viaje sola, no sería lo suficientemente poderosa como para dirigir el mercado mundial. En mi opinión esa imbecilidad viene aliada con lo peor de nuestro “querido” egoísmo, con la envidia, con el orgullo, y con cuarto y mitad de una gran falta de formación.

Según la RAE, imbecilidad es “alelamiento, escasez de razón, perturbación del sentido” o “acción o dicho que se considera improcedente, sin sentido, y que molesta.” Yo iría un poco más allá, o acá según se mire, y le añadiría “la falta de visión, de miras a medio/largo plazo”. Lo primero que te enseñan en un curso de negociación es el win-win, donde el acuerdo debe satisfacer a ambas partes. La imbecilidad nos hace ver al otro como una amenaza latente, del cual tenemos que protegernos. Se crean relaciones basadas en el miedo y la competencia. Y así es difícil crear valor añadido.

Es cierto que en el mundo empresarial se ha instalado esta cultura. Pero en el personal también. No sé si fue antes el huevo o la gallina, porque las compañías las formamos humanos, aunque se nos olvide muchas veces, pero también es verdad que pasamos tantas horas en ellas que al final su mundo interior nos absorbe.

Y no es que de repente todos nos convirtamos en buenas personas, serviciales y llenas de amor por el prójimo. Las utopías son difíciles de conseguir. Como primer paso basta con que no seamos tan idiotas. Si mi objetivo es ganar, ¿qué más da lo que gane el otro? De hecho, y habitualmente, cuanto más gane él más voy a ganar yo. Creemos relaciones fundadas en la confianza y la cooperación.

Sí, sed egoístas, pero no imbéciles. Buscad vuestro propio beneficio, porque será el beneficio de todos.

18 de enero de 2011

La felicidad está en nuestro cerebro

Hoy me he levantado feliz. No tengo ninguna razón especial para ello, la verdad. O por el contrario las tengo todas. Como siempre nos han dicho “todo es según el color del cristal con que se mira”. La pena es que no solemos hacerle mucho caso.

Todo está en nosotros. Sí, en cómo miramos a nuestro alrededor, en cómo asimilamos la información que nos llega y en cómo decidimos darle utilidad. En estos momentos estoy leyendo el libro “Poderosa mente”, de Bernabé Tierno. En él nos habla del poder de la mente, ¿de qué si no?, de las posibilidades y beneficios que esconde nuestro cerebro, de lo moldeable que es y de cómo podemos acostumbrar a nuestras neuronas a crear pensamientos positivos.

Perdonad que haga un inciso, pero en este momento me viene a la cabeza una charla que tuve en una de esas cenas de amigos en Navidad. Me preguntaban “pero ¿cuándo has leído tu libros o ido al cine? Es cierto que siempre he sido más deportista que lector. Y no digo que los deportistas no sean cultos, pero prefiero denominarme así a cazurro total. De pequeño me pasaba las horas en mi cuarto jugando a una pelotita, mientras mi hermano devoraba comics, libros o cualquier otro papel que tuviera letras impresas. La lanzaba contra la pared y usaba la mesa de estudio como portería. Así horas y horas. Benditos vecinos tenía. Nunca me dijeron aquello de “niño, deja ya de joder con la pelota”, aunque me imagino que todavía me duran los hechizos que debieron echarme. Según crecí fui cambiando la pelotita por la televisión. Si hubiera habido tanto deporte en aquellos años como ahora estoy seguro de que nunca hubiera acabado la carrera. Ni el colegio si quiera. Pero bueno, ahora no es que lea demasiado, y al cine muy de vez en cuando, pero en algo hemos madurado (lo justo, no más) y ahora hasta me acerco de vez en cuando a comprarlos.

Sigamos. Está claro que nuestro estado de ánimo depende de nosotros mismos. Sí, existen casos en que no podemos controlarlo, pero, si sois sinceros, estaréis de acuerdo conmigo en que cualquier situación se puede abordar de una manera positiva o caer en el desánimo, la ira o la rabia. Debemos aprender a mirar la vida con optimismo y a educar a nuestra mente a crear reacciones positivas. Todo lo que tenemos que hacer es pensar en lo provechoso de cada situación, en lugar de quedarnos en el lamento. Como para todo en la vida se necesita práctica. Es necesario ejercitar nuestro cerebro para que vaya “programándose” de nuevo hacia una realidad más acorde con la felicidad que buscamos. No se trata de “apagar y encender”, pero sí de ir instalando nuevas conductas en nuestro cerebro.

Mi alegría matutina se deberá al último sueño que he tenido esta noche. No suelo recordarlos, pero seguro que es lo que ha hecho que me levante contento. Ahora sólo queda que sea mi consciente el que decida empezar a construirse una vida más feliz.


12 de enero de 2011

Las cenas de amigos

Por fin se acabaron las Navidades. No es que no me gusten, que no mucho, sino que uno acaba agotado con todo lo que ocurre durante estas semanas. Adiós a los eventos sociales, en la mayoría de los casos “obligados”, se acabaron las comidas copiosas, los viajes de aquí para allá para ver a la familia, el encaje de bolillos para tomarte una copa con todo el mundo, las compras en superficies abarrotadas, los 20 minutos de anuncios en cada corte publicitario, los mensajes de felicitación, etc., etc. Ahora sólo queda volver a la rutina diaria y dejar de cumplir todos aquellos objetivos que nos propusimos para el año nuevo. Tranquilos, todavía nos quedan más de 340 días para volver a planteárnoslos.

De todos modos siempre hay cosas buenas durante las Navidades. Yo me quedo con las cenas con los amigos. Pero no con aquellos que vemos durante el año, sino con todos esos que por unas razones u otras se dejan de ver y sólo durante las Navidades, cuando vuelven por la ciudad o se toman unas vacaciones y tienen tiempo, volvemos a encontrarnos. No sé si pasará lo mismo en vuestras cenas, pero las mismas son siempre iguales. Durante la primera caña, o las dos primeras si llegamos con sed, nos ponemos al día de nuestra vida, de lo poco que tenemos que contar, porque quieras que no cuando la vida no sigue su rutina, para bien o para mal, te enteras rápidamente. A partir de ahí vienen los recuerdos del pasado, empezamos a contar batallitas de nuestra época moza. Y está bien darte cuenta de lo gañanes que éramos, de las tonterías que hicimos y de cómo ha cambiado el cuento. Pero lo mejor es que a partir de las “hazañas” grupales empiezan las individuales. No sé cómo pero siempre acaban recordándote todos aquellos momentos en los que por unos motivos u otros, alcohólicos en la mayoría de los casos, acabaste en situaciones de verdadero ridículo. Rememoran aquellos momentos extravagantes con todas y cada una de tus “conquistas”. Y, sobre todo, con las que no llegaste a ningún puerto. Las tonterías que hiciste por esta o aquella. Se acuerdan de todo, sobre todo de detalles que tú siempre preferiste olvidar. Te recuerdan aquella discusión con un árbitro, la asignatura que se te cruzó, la partida de mus en que te humillaron, el baile de aquella noche,… cualquier cosa que pasó un día D a la hora H. Salen a la luz frases épicas, situaciones absurdas, ocasiones esperpénticas y cualquier otro tipo de circunstancia de aquella época dorada que pueda acabar en humillación pública.

Lo bueno es que siempre se hace con el mejor humor, con la carcajada en la boca, dándonos cuenta con el tiempo de que nada fue tan importante, ni tan grave, ni tan absurdo, como para no reírte de ello.

Y ya de vuelta a casa, en taxi porque en algo si hemos madurado, vas repasando cada uno de esos recuerdos y la sonrisa aparece en tu cara. Puede que no estés orgulloso de cada momento de tu vida, pero sí, y mucho, de la vida que has tenido. Te das cuenta que tienes un pasado, habitualmente no para presumir, pero que has sido feliz y que todavía te queda mucho para seguir siéndolo. Y sobre todo que podrás seguir comentándolo y riéndote en las próximas cenas con aquellos amigos, testigos y cómplices de tus fechorías.

¡Feliz año a todos! Y sólo os deseo salud para que el próximo año podamos volver a tomarnos unas cañas, recordar las mismas historias, y reírnos todos juntos los unos de los otros.