El sentimiento de culpa es algo habitual en el ser humano, pues uno de nuestros errores más comunes reside en no aceptar las realidades o consecuencias de nuestras acciones. Y caemos en el miedo a no ser queridos. Si algo no sale bien, si no lo hacemos o si no sale como estaba planeado son situaciones por las que la mayoría nos sentimos mal. En muchas ocasiones nos sentimos responsables por pasar mucho tiempo en el trabajo, por no preocuparnos de nuestra gente, por una ruptura, por conservar ciertos hábitos, por alguna reprimenda, …, por mil razones.
La forma en la que fuimos educados es determinante a la hora de sentirnos culpables, pues desde pequeños crecemos con la conciencia del bien y del mal y con ciertas obligaciones sociales que debemos cumplir. La pretensión de ser perfectos y la creencia de tener que hacer esto o aquello para agradar a los demás, para sentirnos incluidos, para recibir amor, para que nos respeten es lo que nos conduce a la culpa. El deber es el que la genera, y no nuestros deseos en un determinado momento.
Existen dos posibilidades por las que nos sentimos culpables. Una es por causar un daño de forma involuntaria y la otra es tras actuar mal conscientemente. En el primero de los casos es en el que solemos caer y el que más nos perjudica. Y es aquí donde deberíamos pensar y plantearnos por qué nos permitimos tanto sufrimiento si no hemos tenido voluntad de causar inconvenientes.
Debemos aprender a mirar de frente a la culpa, estudiarla, saber qué ocurre a su alrededor y utilizar alguna estrategia que elimine ese sentimiento. Tenemos que empezar a mirar al pasado como algo que jamás puede modificarse (ni el más poderoso sentimiento de culpa logrará cambiarlo). Hay que aprender a utilizar estas situaciones en nuestro beneficio. Los fallos, fracasos, errores, frustraciones y equivocaciones son un buen punto de partida para el aprendizaje. Pero debemos analizar, pensar y sacar conclusiones de cada situación para que no vuelvan a suceder.
Sólo nos alejaremos de las garras de la culpabilidad cuando seamos nosotros mismos, tengamos claros nuestros objetivos y actuemos bajo nuestros valores, aunque ciertos comportamientos no sean admitidos por la Sociedad. Y, por supuesto, cuando aceptemos que nadie es perfecto y que nuestra vida es un camino de mejora continua.
Y no caigamos en la trampa de utilizar la culpa como escudo para no enfrentarnos a situaciones del presente. Sin duda es más fácil pero con catastróficas consecuencias.
Sólo siendo valientes conseguiremos triunfar, como decía Neruda en esta reflexión:
Nunca te quejes de nadie, ni de nada,
porque fundamentalmente tú has hecho
lo que querías en tu vida.
Acepta la dificultad de edificarte a ti
mismo y el valor de empezar corrigiéndote.
El triunfo del verdadero hombre surge de
las cenizas de su error.
Nunca te quejes de tu soledad o de tu
suerte, enfréntala con valor y acéptala.
De una manera u otra es el resultado de
tus actos y prueba que tú siempre
has de ganar.
No te amargues de tu propio fracaso ni
se lo cargues a otro, acéptate ahora o
seguirás justificándote como un niño.
Recuerda que cualquier momento es
bueno para comenzar y que ninguno
es tan terrible para claudicar.
No olvides que la causa de tu presente
es tu pasado así como la causa de tu
futuro será tu presente.
Aprende de los audaces, de los fuertes,
de quien no acepta situaciones, de quien
vivirá a pesar de todo, piensa menos en
tus problemas y más en tu trabajo y tus
problemas sin eliminarlos morirán.
Aprende a nacer desde el dolor y a ser
más grande que el más grande de los
obstáculos, mírate en el espejo de ti mismo
y serás libre y fuerte y dejarás de ser un
títere de las circunstancias porque tú
mismo eres tu destino.
Levántate y mira el sol por las mañanas
y respira la luz del amanecer.
Tú eres parte de la fuerza de tu vida,
ahora despiértate, lucha, camina, decídete
y triunfarás en la vida; nunca pienses en
la suerte, porque la suerte es:
el pretexto de los fracasados.
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