12 de enero de 2011

Las cenas de amigos

Por fin se acabaron las Navidades. No es que no me gusten, que no mucho, sino que uno acaba agotado con todo lo que ocurre durante estas semanas. Adiós a los eventos sociales, en la mayoría de los casos “obligados”, se acabaron las comidas copiosas, los viajes de aquí para allá para ver a la familia, el encaje de bolillos para tomarte una copa con todo el mundo, las compras en superficies abarrotadas, los 20 minutos de anuncios en cada corte publicitario, los mensajes de felicitación, etc., etc. Ahora sólo queda volver a la rutina diaria y dejar de cumplir todos aquellos objetivos que nos propusimos para el año nuevo. Tranquilos, todavía nos quedan más de 340 días para volver a planteárnoslos.

De todos modos siempre hay cosas buenas durante las Navidades. Yo me quedo con las cenas con los amigos. Pero no con aquellos que vemos durante el año, sino con todos esos que por unas razones u otras se dejan de ver y sólo durante las Navidades, cuando vuelven por la ciudad o se toman unas vacaciones y tienen tiempo, volvemos a encontrarnos. No sé si pasará lo mismo en vuestras cenas, pero las mismas son siempre iguales. Durante la primera caña, o las dos primeras si llegamos con sed, nos ponemos al día de nuestra vida, de lo poco que tenemos que contar, porque quieras que no cuando la vida no sigue su rutina, para bien o para mal, te enteras rápidamente. A partir de ahí vienen los recuerdos del pasado, empezamos a contar batallitas de nuestra época moza. Y está bien darte cuenta de lo gañanes que éramos, de las tonterías que hicimos y de cómo ha cambiado el cuento. Pero lo mejor es que a partir de las “hazañas” grupales empiezan las individuales. No sé cómo pero siempre acaban recordándote todos aquellos momentos en los que por unos motivos u otros, alcohólicos en la mayoría de los casos, acabaste en situaciones de verdadero ridículo. Rememoran aquellos momentos extravagantes con todas y cada una de tus “conquistas”. Y, sobre todo, con las que no llegaste a ningún puerto. Las tonterías que hiciste por esta o aquella. Se acuerdan de todo, sobre todo de detalles que tú siempre preferiste olvidar. Te recuerdan aquella discusión con un árbitro, la asignatura que se te cruzó, la partida de mus en que te humillaron, el baile de aquella noche,… cualquier cosa que pasó un día D a la hora H. Salen a la luz frases épicas, situaciones absurdas, ocasiones esperpénticas y cualquier otro tipo de circunstancia de aquella época dorada que pueda acabar en humillación pública.

Lo bueno es que siempre se hace con el mejor humor, con la carcajada en la boca, dándonos cuenta con el tiempo de que nada fue tan importante, ni tan grave, ni tan absurdo, como para no reírte de ello.

Y ya de vuelta a casa, en taxi porque en algo si hemos madurado, vas repasando cada uno de esos recuerdos y la sonrisa aparece en tu cara. Puede que no estés orgulloso de cada momento de tu vida, pero sí, y mucho, de la vida que has tenido. Te das cuenta que tienes un pasado, habitualmente no para presumir, pero que has sido feliz y que todavía te queda mucho para seguir siéndolo. Y sobre todo que podrás seguir comentándolo y riéndote en las próximas cenas con aquellos amigos, testigos y cómplices de tus fechorías.

¡Feliz año a todos! Y sólo os deseo salud para que el próximo año podamos volver a tomarnos unas cañas, recordar las mismas historias, y reírnos todos juntos los unos de los otros.

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