5 de noviembre de 2010

El miedo al cambio

El miedo es un sentimiento que convive con el ser humano a diario. La mayoría de nosotros no lo admitiríamos porque parece que nos debilita. O por vergüenza. O simplemente porque ni siquiera nos enfrentamos a él, lo evitamos en cuanto hay síntomas de que aparezca y creemos que así somos más fuertes. Pero sin combate no hay victoria.
Según diferentes estudios realizados, los miedos más comunes son el miedo a hablar en público (a hacer el ridículo), el miedo a la muerte, a la oscuridad y a las alturas. Pero, para mí, existe un miedo mucho mayor a todos estos y que se ha instalado en la Sociedad actual: el miedo al cambio.

Toda nuestra vida se compone de cambios, personales y profesionales. Desde que nacemos hasta que morimos vamos superando etapas, situaciones y relaciones que nos permiten evolucionar. Incluso cuando buscamos estabilidad en algún aspecto, por ejemplo en el trabajo, es porque sentimos la necesidad de buscar cambios en otros matices de la vida y pensamos que con todo no podríamos.

El cambio es bueno y necesario. Entonces ¿por qué nos cuesta tanto? La respuesta es simple: “porque nos saca de nuestra zona de confort”. El crecimiento requiere esfuerzo, y cada día estamos más cansados. Pero es que mantenernos en esa cómoda zona que dominamos también demanda trabajo, en este caso mental. Acepto y admiro a las personas que tras un largo viaje a su interior decidan que lo que tienen es suficiente para su felicidad y vivan en consecuencia. Lo que no aguanto es a esos otros que por vagancia, dejadez o, pereza o desgana, venden el mismo discurso. Principalmente porque llevan la amargura en su rostro.

El miedo aparece cuando percibimos el riesgo en nuestra economía o nuestra estabilidad familiar o emocional, y, por supuesto, imaginamos que será de forma negativa. Nos vemos incapaces de lidiar con esos sentimientos y los transformamos en escusas que controlamos: no es tan importante, nos falta experiencia, no tenemos conocimientos suficientes, es demasiado arriesgado, etc. o el “más vale malo conocido que bueno por conocer”, que se han encargado de grabarnos a sangre y fuego nuestros mayores. Y lo peor es que solemos acabar enfadados porque ni lo hemos intentado.

Decía Luis Felipe Noé que “si se nos debe condenar es preferible que se nos haga por habernos equivocado que por haber sido inútiles”. Sin cambios nos enfrentamos a una vida constante, sin subidas ni bajadas y sin alegrías ni tristezas. En definitiva, a una vida sin chispa. Por eso debemos avanzar, arriesgar, lanzarnos a lo desconocido. Y la única manera de sentirnos capaces de llegar a buen puerto es asumir nuestro miedo, con la confianza de que pase lo que pase será una experiencia que nos hará crecer.

Hay que superar esa incertidumbre que nos provoca el no saber qué nos encontraremos después. Analizar nuestros sentimientos, afrontarlos y aceptarlos, son el primer paso para caminar seguro en esta senda. No voy a vender el coaching ahora, pero como me decía una amiga el otro día “es que yo no soy capaz de hacerme las preguntas que tú me haces.”

Ahora pregúntate tú: ¿si no tuvieras miedo que harías en tu vida?, ¿cómo sería si lo hicieras?, ¿qué te aportaría?, ¿hacia dónde te llevaría?

No hay comentarios:

Publicar un comentario