18 de noviembre de 2010

Toma de decisiones

Nos pasamos la vida tomando decisiones. La mayoría de las veces de forma inconsciente, pues tenemos grabada nuestra opción en el cerebro. ¿Te has preguntado alguna vez por qué desayunas siempre lo mismo?, ¿por qué sigues el mismo camino para ir a trabajar?, ¿por qué sigues los mismos “rituales” al llegar a la oficina?… ¿por qué haces las mismas cosas a diario? Podrías cambiarlas, tienes la posibilidad de hacerlo. Pero para qué ¿verdad? El resultado de tomar una opción u otra en estos casos tampoco tiene demasiada importancia. Y pensar nos cuesta.

Pero hay otras ocasiones en que el dilema se sale de lo común. Y ahí empiezan nuestros miedos, nuestras inseguridades y nuestras dudas, que nos llevan al bloqueo mental. Y si se trata de algo en la empresa ni os cuento. ¿Realmente será esta la alternativa correcta?, ¿me habré olvidado de tener algo en cuenta?, ¿me generará enemigos?, y si me equivoco ¿qué pensarán de mi?, ¿aprovecharán para hundirme?... Estas y otras muchas cuestiones nos invaden la cabeza, y cada minuto que pasa con más fuerza. Y, consecuentemente, aparecen los dolores de cabeza, el mal humor, el estrés, la falta de concentración, y tantas y tantas circunstancias que nos consumen energía y nos alejan de la felicidad.

Para la toma de decisiones hay que pensar, sin duda, pero no en lo que pasará si no llegamos al resultado pretendido sino en las diferentes opciones que tenemos para escoger la mejor. Por tanto, estudiemos las diferentes posibilidades que tenemos, analicémoslas a fondo, miremos de forma global, comparemos qué resultado prevemos que nos llevará a buen puerto y… ¡adelante!

Podemos apuntar algunos tips para desarrollar la capacidad resolutiva y que sea más fácil tomar decisiones:
  • En primer lugar saber qué es lo que quieres, cuál es el objetivo a conseguir. Esta es la base de toda acción que emprendemos, pero nunca viene de más recordarlo.
  • El hecho de tomar una decisión no quiere decir que tengas que, a la fuerza, seguirla hasta el final. Es bueno la firmeza pero si te das cuentas que no va por donde tú quieres, no pasa nada por buscar otras soluciones.
  • No existe la decisión buena, sólo será una decisión que te lleva a la meta. Pero seguro que habrá otras que también lo hagan.
  • No decidas por lo que piensen o quieran otras personas. Está bien pedir opiniones, van bien para recabar ideas, pero al final decide por lo que creas tú que es mejor.
  • No te culpes si el objetivo marcado no se ha conseguido. Te servirá de aprendizaje para futuras elecciones.
El paso siguiente es, para mí, el aspecto principal de este tema: diferenciar una buena decisión de una decisión buena, que, aunque parezca lo mismo, no es igual. Decimos que una decisión fue buena cuando logramos lo que queríamos, con mayor o menor éxito. El juicio se hace a posteriori, después de los hechos. No podemos afirmar en el presente que nuestra decisión es buena o mala. Estamos condenados a la duda y a nuestra angustia existencial… ¿cómo puedo saber si estoy tomando una decisión buena? Parece que no podemos.

Lo que sí podemos es tomar “buenas decisiones”. Decisiones que no estén condicionadas por el éxito. Decisiones enfocadas en el proceso y no en el resultado. Decisiones tomadas desde los valores, coherentes con nuestro interior. Si conseguimos respetar esta manera de elección el resultado puede no ser el que inicialmente nos planteamos, pero, seguro, nos dejará más satisfechos con nosotros mismos.

Os dejo con un ejemplo ilustrativo de la necesidad de la toma de decisiones:
  • Primera situación: Es domingo y terminas de comer. Casi sin saber por qué, te diriges automáticamente al sofá y enciendes el televisor. Miras la hora y ya son la 8 de la tarde. ¡Maldita sea!, he perdido toda la tarde.
  • Segunda situación: Es domingo y terminas de comer. La semana laboral ha sido durísima y encima ayer sábado tuviste un contratiempo con el coche que te crispo los nervios. Decides relajarte y tumbarte en el sofá a ver la tele. Miras la hora y ya son la 8 de la tarde. ¡Perfecto!, he recuperado el sosiego perdido.
En los dos casos has hecho lo mismo, pero con una gran diferencia: en el primero te has dejado llevar por las circunstancias y en el segundo has decidido.

El secreto del aprovechamiento de la vida está en “sentirse más causa que efecto” y para ello debes ¡tomar decisiones!

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