24 de febrero de 2011

¿Te gusta discutir?

Hace unos años BMW nos sorprendía con un anuncio que nos tocaba la fibra sensible a aquellos, que como yo, nos gusta conducir. Todos nos hemos quedado con el slogan de aquel spot que, por cierto, fue premiado a finales de 2010, durante el Festival El Sol, como el mejor anuncio de los últimos 25 años.

Me gusta conducir, sí. No me veo con un coche de esa marca, y no sólo por sus precios, pero reconozco que a mí me ganaron con aquella publicidad. Ir en mi coche, con la música, no muy alta, y mi mundo dándome vueltas por la cabeza, es una de mis placeres preferidos. Me siento con el control total de mi vida. Qué paradoja ¿verdad?

Pero existen otras circunstancias en las que también me siento a gusto. Y aunque suene mal decirlo, entre ellas disfruto del placer de discutir. Hemos tergiversado el significado de este verbo y lo asociamos a polemizar, disputar, regañar, pelear… Pero si consultamos en la RAE, las dos definiciones que nos da distan bastante de esta interpretación. Veamos, “examinar atenta y particularmente una materia” o “contender y alegar razones contra el parecer de alguien”. Ninguna de ellas hace referencia a peleas, riñas o contiendas, sino más bien al análisis, el estudio, la argumentación o el razonamiento.

Cuántas veces en mi vida me han dicho ¡cómo te gusta discutir! Y no les faltaba razón, aunque cada vez que he intentado explicar que no es un enfrentamiento lo que busco, sino dar mi visión razonada, lo único que he conseguido es generar más síntoma de batalla que de encontrar una solución.

Discutir conlleva la introspección, el estudio de las diferentes variables, una visión panorámica y con la perspectiva pasada, presente y futura del hecho en cuestión. Requiere del análisis global y precisa de la intención de llegar a un acuerdo que convenga a todos los actores.

Vivimos con la escopeta cargada, con el miedo, porque al final no es más que miedo, de que cualquier apreciación que se nos haga nos degradará como personas, empleados o pareja. Supongo que todo esto va de la autoestima. O, mejor dicho, de su ausencia. Porque lo aceptemos o no, nadie es perfecto, y que alguien nos señale en qué fallamos no es un ataque personal, no tratan de hundirnos ni de acabar con nuestra carrera. Más bien, es una ayuda, una forma, que bien recibida, sólo nos puede llevar a mejorar, a ir limando esas asperezas que todos portamos.

Sólo dejan de discutir los que no tienen argumentos, los que no han dedicado un momento a preocuparse por lo que afecta a los demás, aquellos que, por engreimiento o temor al afecto, imponen sus ideas o se someten ante las de los demás.

Me gusta discutir, sí. Y, en la mayoría de los casos, no necesito a nadie para hacerlo. Las discusiones en mi cabeza me dan esa seguridad de sentirme libre y de decir lo que pienso. Y todo enfocando los pensamientos a la resolución y no al conflicto.

Y a ti, ¿te gusta discutir?

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