4 de marzo de 2011

Enseñanzas a los hijos

Ha caído en mi correo, que con internet ya nada cae en las manos, ni se firma de puño y letra, una de esas listas de bondades, de normas, de decálogos, que defienden que si las reenvías a más de 10 amigos tendrás suerte para unas cuantas semanas. Y si no… ¡guárdate de la tempestad que se ciñe sobre tu cabeza!

La verdad es que es gracioso, pero hay gente que lo manda con la esperanza de que su vida de un cambio radical, única y exclusivamente, por reenviar un mensaje. ¿Qué puedo perder? se preguntan. Realmente poco más que saturar correos. Lo que tenían que perder ya está perdido, o al menos bien oculto en el fondo de su corazón. Dejarle nuestro destino al envío de un correo a más o menos gente es como esperar que nos toque la lotería sin comprar el boleto.

Y mira que me gustan a mí ese tipo de correos. Suelen ir con mensajes más o menos profundos, habitualmente con buenas enseñanzas y, sobre todo, con ideas que nunca viene mal recordar de vez en cuando.

¿Por qué mandárselo a nuestra gente “por si acaso”?, ¿no sería más lógico enviárselo pensando en lo que les pueden aportar? Seguramente así lograríamos esa “buena suerte” que buscamos. Creo firmemente en que uno da lo que recibe, recoge lo que siembra y que sólo preocupándonos de los demás somos capaces de resolver nuestros problemas. Como por arte de magia, de fuerzas sobrenaturales, el bien que entregamos siempre se convierte en bien de vuelta.

Ayer leí una magnífica frase de Albert Einstein, “comienza a manifestarse la madurez cuando sentimos que nuestra preocupación es mayor por los demás que por nosotros mismos”. La madurez del alma, la que realmente es importante para conseguir una vida de felicidad, suele ir desfasada unos cuántos años con respecto a la del cuerpo. Si es que al final aparece, porque cada día veo más niños y adolescentes entre los adultos.

El correo que me llegó llevaba por asunto “¿Qué le enseñarías a tus hijos?”. Antes de ponernos a predicar deberíamos recapacitar sobre cada punto y aprender nosotros mismos su significado, asimilándolo, dándole vida, porque es la única manera de poder mostrárselo a ellos. El ejemplo es el mejor profesor y si nosotros no creemos en la lección ¿cómo vamos a pretender que los pequeños se hagan eco de ella? Es más, una vez que vivamos el día a día con ciertos valores, no tendremos que enseñarles nada, porque nuestra vida será su verdadero maestro.

Aquí os dejo la lista en cuestión.

¿Qué les enseñarías a tus hijos?

Que lo más valioso no es lo que tienen en sus vidas, sino a quien tienen en ellas.
Que no es bueno compararse con los demás porque siempre habrá alguien mejor y peor que ellos.
Que no pueden hacer que alguien los ame, lo que pueden hacer es dejarse amar.
Que rico no es el que más tiene, sino el que menos necesita.
Que deben controlar sus actitudes o sus actitudes los controlarán.
Que hay gente que los quiere mucho, pero que simplemente no saben cómo demostrarlo.
Que los grandes sueños no requieren de grandes alas sino de un tren de aterrizaje para lograrlos.
Que no siempre es suficiente ser perdonados por otros, algunas veces deben perdonarse a sí mismos.
Que la felicidad no es cuestión de suerte sino producto de decisiones.
Que dos personas pueden mirar una misma cosa y ver algo totalmente diferente.
Que al retener a la fuerza a las personas que aman las alejan más rápidamente de ellos y, al dejarlas ir, las tienen para siempre a su lado.
Que amar y querer no son sinónimos sino antónimos: el quererlo exige todo, el amar lo entrega todo.
Que toma años construir la confianza y sólo segundos destruirla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario